La cita

He venido para quedarme
y para que te quedes conmigo,
he venido para no estar solo y
que nunca más estés sola

He venido porqué te quiero
y para que me quieras
he venido porqué me amas
y para amarte

Y en este estado de las cosas
quedarnos, acompañarnos,
querernos, amarnos.
Isla - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta
Niebla - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta

Las texturas del silencio

Una mañana cualquiera
te levantas y descubres
qué es lo que ocurre
cuando de veras se ama.

Entonces todo se vuelve simple
porque te acercas al sufrimiento del otro,
lo vives en tus propias carnes,
te desgarra el alma,
como si la vida insolente
te pusiera delante
de lo que en realidad
se trataba.

Entonces descubres
las limitaciones.
Y las mides, las rodeas,
las hueles, las piensas,
las lloras, las ninguneas…
como merecen, sin más,
cuando de veras se ama.

Entonces descubres
todos los horizontes posibles
y te lanzas, los sobrevuelas,
los admiras, los sueñas,
los vives, los suspiras…
cómo merecen, sin más,
cuando de veras se ama.

El más leve susurro entonces
es a la vez herida y caricia,
la más leve mirada a la vez
aprecio y venganza,
el más leve silencio
a la vez insulto o alabanza,
el más leve aroma
sueño o repugnancia.

Luego, porqué todo llega,
el silencio se acerca, nos mira a la cara.
Y en ese tiempo, tiempo de templanza,
tiempo en que todo calla,
es cuando mil texturas nos amparan.


Texturas hechas de emoción y piel,
de arena, nostalgia, agua,
texturas hirientes que sangran
el dolor del otro y el propio,
que nos recuerdan donde está

ineludiblemente nuestro hogar,

nuestro corazón,  como en un mapa.


Texturas tejidas en otro tiempo,
forjadas a fuego lento mil madrugadas,

más tarde fundidas, deshilachadas,
texturas del silencio después

quizás imposibles o para siempre,

cuando de veras amas.

Diana Iniesta
Niebla - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta

Barro

Primavera - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta


Barro


Con pellas de barro
y ramitas que ya cayeron
las golondrinas, los vencejos y los aviones
construyen los nidos que les guardan
de la intemperie.

En el alfar de la creación,
cuando todo era nada,
de barro fueron moldeados los primeros seres,
de barro y aliento, para levantar del suelo
lo que tierra fue y de la tierra nació.

Génesis del barro es el adobe
que se forja en ladrillos con manos de niño
y coste de salud, escuela e infancia
en el Altiplano de los Andes.
Alli nace, mezclado con hierbas y paja brava,
y en la época de lluvias
el viento le arranca sonidos, soplando
entre sus cuerdas
sus canciones de quena, tarka y chirimía.

De barro son los boles
donde se cuece la sopa de la vida,
de barro las fortificaciones y las atalayas,
de barro los confines del universo,
las madrigueras de las estrellas
y las negras solanas del cosmos,
de barro también, la música que suena
en las ocarinas,
de barro los amores de los hombres y las mujeres,
de barro sus hijos y sus sueños
y de barro y agua los primeros mayas
nacidos en Cuauhtemallan,
la tierra de las grandes florestas.

Y mis poemas… barro son,
vasijas de mis palabras
en las que el agua de la vida
se guarda entre el aceite, la sal, las especias,
los colores y los silencios
que de barros sueñan,
como el pigmento y la argamasa
con que tú pintas y cuentas y cantas
tus emociones de barro…

Iosu Moracho
Emoción - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta


Tigres de papel


Alguien dijo que Dios creó a los gatos
para que el hombre pudiera acariciar
a los tigres. (Baudelaire hablaba de leones).

Así es, pasamos la vida acariciando gatos,
pero soñamos con tigres.
Y nuestros sueños rara vez se cumplen.
Y crecemos y nos hacemos viejos
en la más absoluta mediocridad.

Alguna tarde, sin embargo,
nos acercamos un poco más de lo habitual
al horizonte
y sin quererlo metemos la mano
en la jaula de la fiera.

Y entonces, una herida, un par de dedos menos,
o un muñón, nos dicen que existimos,
que todavía son posibles nuestros sueños,
que aun no es demasiado tarde para nada.

Y lucimos la derrota como si fuera una victoria,
porque siempre que hay una herida abierta
existe la posibilidad, por remota que sea,
de que un sueño se cumpla.

Entonces, por las noches, por un tiempo,
volvemos a soñar con tigres
y olvidamos darles de comer a nuestros gatos,
a nuestros viejos y gordos gatos…

Iosu Moracho
Nostalgia - 50x50 cms - óleo sobre tabla - Diana Iniesta



Nacimientos


Cada día nace desnudo, oscuro
y entre silencios,
sin nada que lo habite,
como si cada día fuera el primero
y este mundo tuviera, cada día,
una oportunidad.

Luego, la vida nos amalgama.
Alguien llora, alguien canta,
alguien enciende el fuego
y pone a tostar el pan.

Del vientre de la noche, la luz se hace
a jirones,
y lo ingrávido se vuelve pesado,
lo liviano, sórdido,
lo etéreo, palpable y manipulable
como un deseo de Dios.

Tú me dices que me quieres
y que tenga buen día en el trabajo.
Yo te digo que también.

Entonces la vida nos lleva por sus caminos
y a veces corre junto a una pradera, mientras nos ladra,
y a veces partimos leña en un claro de bosque
en el que alguna vez nos pudimos besar,
a veces bajamos a los campos para atar las gavillas de los sueños
y a veces reparamos alguna cerca o algún mueble roto
desde hace tiempo.

Tú dices, esta ventana necesita más luz
y yo enciendo las brasas del sol
que se había venido abajo por el desaliento.

Ambos elogiamos la lentitud con que las cosas suceden
y si es verano paseamos cogidos de la mano,
si es otoño nos paramos a mirar las grullas,
si es invierno guardamos el calor en su nido de llamas,
y si es primavera nos sentamos a esperar la vida...

Iosu Moracho

Pretendo

Pretendo
tenderte
pero también
prenderte
pretendo

Tenderte
solo
no quiero
ni pretenderte
sin prenderte

Que te prendas
quiero
en definitiva
del fino hilo
como estrella
que brilla
en mi breve
pecho

Y lucirte brillante
entre montes y olas
de juego

Y lucirte orgullosa
entre magia y risas
de sueño

Diana Iniesta

Isla XI

Isla XI
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta

Isla X

Isla X
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta

Desierto

Desierto
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta



Desierto


Me escriben desde las arenas
una carta cálida con atardeceres de embrujo.
El Harmattán agita la lona de mi jaima, dice,
entonces sé que existo.
Si hay niebla sobre las dunas de esta ciudad tranquila
y tengo la garganta seca y polvorienta
sé que los alisios me traen tus palabras de arena,
tu palabra-alma, hermana.

Verás, hoy temblaba, tenía dudas.
Iba por el camino golpeando a los guijarros,
alguno de ellos volaba muy lejos.
No obstante, las piedras se reían de mí
cuando crepitaban unos metros más allá.
Atardecía.
El sol irisó las nubes,
las cortó en tiras, en filetes, en lonchas
para hacer tajines con ellas, escalopes
para cenar esta noche.
Luego las traspasó de luz.
Un pájaro negro surgió volando desde mi espalda.
Se fue hacia el ocaso,
hacia ese sol velado por el viento que cura.
Entonces sonreí.
Sí, Dios existe porque ha creado la belleza.

Hermano, me dijiste una vez,
no es el desierto el que mueve la arena,
es la arena la que mueve el desierto.

Por eso sé que yo también existo.

Iosu Moracho

Quizás debieras saber

Quizás debieras saber
que la vida
no es tuya ni mía
sino éso que pasa
la oportunidad, desgracia
mientra tú
te paras y miras

Quizás debieras saber
que la vida
no es un proyecto,
el control, miedo
tampoco chantaje,
conveniencia, desapego

Quizás debieras saber
que como parte de mi vida.
fuiste un día
la oportunidad salvaje
que yo esperaba
con todo lo bello
de lo simple y cierto

Quizás debieras saber
que mientras no asumas
que por controlar
no te salvas,
no ahorras en sufrimiento,
no podrás descubrir
el secreto...
la necesidad de rendirte
a la vida por entero

Recuerda también
que mientras hagas lo que haces
tendrás lo que tienes
aún no ser lo que deseas
aún no ser lo que mereces,
y que ése será sin duda
tu verdadero duelo

Y dicho esto
espero te rindas a la vida
la oportunidad, desgracia,
y te deseo, cuánto te deseo
y espero...
libre, feliz,
tú mismo, despierto,
más vivo que nunca,
valiente y sincero.

Diana Iniesta

Claro de bosque


Los recuerdos nos acompañan toda la vida…
A veces se prenden en nuestra memoria como broches de un tiempo que ya pasó
y a veces se quedan en retaguardia, en la trinchera de las cosas vividas,
al resguardo de tiempos mejores en los que volverse presencia
como fantasmas necesarios.

Los recuerdos no son grandes, sino pequeños, como cantos rodados, dice Linn Ullmann
en su libro “Retorno a la isla”. A esa isla que volvemos todos,
porque de lejos, nos llama por nuestro nombre,
ese que no conocen los demás, tan secreto que sólo lo decimos en alto
para nosotros mismos en los momentos difíciles.

He colgado el cuadro que me regalaste en un hueco de mi biblioteca.
Cuando busco algún libro, sin quererlo, me voy a ese claro de bosque.
El otoño ha despojado de hojas a esos cuatro árboles que pintaste en un primer plano.
Las ramas parecen patas de gallo, como si alguno hubiera caminado por la espesura
y hubiera dejado sus huellas en un charco de pintura.

Lo que más me gusta es esa luz que hay en un segundo plano, antes de la espesura.
Es como si alguien te pasara el brazo por la cintura
y ese brazo fuera una corriente de aire tibio que te sujetara a la vida.
Ese claro de bosque.

Ese espacio para tenderse y asolearse en medio del camino,
un camino que no es muy transitado, puesto que conserva su hierba peinada
sin las calvas de los demás caminos del bosque.

Recuerdo ese camino y recuerdo ese bosque. Quizás no esté donde tú lo has pintado,
pero está en otra parte, en muchas partes. En otro bosque por lo menos.
Quizás esté en esa isla o quizás no. ¿Quién puede saberlo?
Después de todo tal vez sea un portal antiguo, una ventana a otra vida.
¿No son eso los recuerdos?

En la misma estantería hay varias conchas que recogimos en una playa del Atlántico
un día de viento, cuando amanecía y las olas golpeaban la costa
queriendo entrar en tierra. También hay dos botellitas llenas de arena de colores,
de esas que pintan los niños en la escuela cuando aun creen en los sueños.

Además hay tres pequeñas piedras, barnizadas con betún de Judea
y que si un día hablaran contarían que vivieron en otro bosque,
en un camino distinto al que tú has pintado.

Pero las piedras no hablan, eso todo el mundo lo sabe,
al menos como hablan las personas… Aunque sí que lo hacen
como las arenas que se suben a los ojos, como los gallos que se suben a los árboles,
como las conchas que guardan sus recuerdos en un puño…

¿Recuerdas el cuadro de la tormenta? Ese que pintó un artista y que colgó
sobre su chimenea. Ese que era todo un cielo de cobalto con nubes de plomo,
y a punto de venirse abajo, pero todavía no… Ese que no quiso vender
porque ese cuadro era él mismo y para él mismo, tan íntimo
que era como desnudarse a solas y descubrirse el tiempo en las arrugas.

Ese cuadro lo he vivido yo. Por eso en ese claro de bosque,
en ese camino que hay detrás de los árboles que pintaron los gallos,
esa luz que me ciñe por la cintura me levanta de mis sombras
y me invita a caminar…

Iosu Moracho 

Una estrella azul

“Para todos, todo. Para nosotros, nada”
Subcomandante Marcos EZLN

“Seamos realistas, pidamos lo imposible”
Mayo francés 1968

“Sólo te pido que me bajes
una estrella azul”
Pablo Milanes

Pedimos lo que perdimos,
aquello que una vez fue nuestro
y ahora no.

El sosiego, el buen ánimo, los ojos sin guedejas,
un día sin lágrimas.
Las tardes en las que el sol se bañaba en el crepúsculo
y que nosotros concluíamos con aplausos,
porque la vida era un espectáculo que nos sucedía,
sólo para nuestros ojos.

Pedimos la luna
y nos la dieron.
Ese mismo día acabaron nuestros sueños,
quizás habíamos llegado a Ítaca demasiado pronto.

Entonces comenzamos a aprender lo mucho que teníamos que callar.
Hasta el silencio, dice Vladimir Holan, tiene mucho que callar.
Nosotros pedimos silencio
y la vida nos lo dio.

Un día, por justicia,
pedimos los dones de la tierra
y cuando nos miramos las manos
supimos que habíamos crecido por dentro y por fuera.

“Para todos, todo. Para nosotros, nada”

Y la nada era eso que nos llenó las manos.
Esa nada, nada inmensa y oceánica
de la que se nos escapan los peces de las manos.
Esa nada cósmica e interplanetaria
que nos dice que nada somos y no somos nada.
Esa nada en la que se confunde la tierra
cuando sale de nuestros puños apretados
como arena de un reloj de tiempo.
Nada que es agua inabarcable
que nos moja y reblandece
pero que no se deja atrapar por nada ni por nadie.

Nada que no es nada y que por eso mismo
es la posibilidad de todo,
como esas imágenes que se reflejan en un espejo
y que son verdad sólo en una de las dos partes.

Nada que no te puedes llevar.
Nada que es tuya y nuestra,
porque nacimos sin nada y con nada.

Nada que nos espera como futuro, premio, paraíso o esperanza,
porque en nada esperamos y por nada esperamos.
Nada más.

Infinita e íntima nostalgia.
La tristeza nos fecunda como un amante parásito
del que tarde o temprano habremos de liberarnos.

Cosas que se piden por pedir,
porque cuando faltan
uno las echa de menos
como brasas que dan calor en la hoguera,
como abrazos para abrigarnos el frío de la vida,
como canciones que con su aliento piden cosas imposibles,
estrellas azules o supernovas en medio de la noche.

Pedir y dar. Dar y pedir.
Hay que ser muy valiente
para andar pidiendo cosas
que la vida nos puede dar.

Quizás, después de todo, lo más importante sea
aprender a callar,
aprender ese silencio
que nos llena las manos de estrellas azules…


Iosu Moracho

Isla

                                      “Nuestros gusanos no serán mariposas”
                                                     Ramón Gómez de la Serna


No sé en qué momento nos convertimos en tiempo.
Tiempo que es y tiempo que transcurre,
tiempo que pasa y se acomoda, buscando su lugar en la vida.
Tiempo que fue y tiempo que espera ser
porque la esperanza es eso que sucede en otro tiempo.
Tiempo, que cuando pasa, se escribe
y construye historias y es Historia.
Tiempo que se cuaja como un yogurt,
con trocitos de frutas,
que vendrían a ser los momentos memorables;
o como un pedazo de hielo
que cruje cuando lo pisas y lo pasas por encima.
Tiempo que se licua cada primavera
o se deshilacha como un jersey gastado
primero por los codos, luego por las mangas
y más tarde por el cuello…
Tiempo que se deshoja como un árbol
en su desnudez de otoño.

No sé en qué momento nos hicimos tiempo,
en vez de ser sólo peces nadando
en el líquido amniótico de nuestras madres;
o medusas que bailaban su danza de cilios y de brazos
en bocanadas de agua, desde las profundidades
de los oscuros abismos, hacia esa luz seductora e intangible
que nos revelaba nuestra infinita transparencia.

El caso es que tras una gran explosión
-¿o fue una implosión, o un orgasmo?-
fuimos eones, miles de años luz en un segundo,
tan distintos y tan grandes como para acunar
palabras maravillosas y llenas de sueños
que no existían en los diccionarios:
universo, cosmos, entropía, plasma génesis, relatividad,
espacio…

Así, de pronto, no sólo éramos
sino que también, estábamos.
Y en ese ser y estar,
en ese tiempo y en ese espacio
nuestro mundo nos nombraba y trazaba para nosotros
sus coordenadas.
Como si se tratara de un juego de barcos,
como si fuéramos las piezas de un puzzle galáctico,
como si para encontrarnos los unos a los otros
tuviéramos que seguir las reglas de un juego de pistas
en medio del tablero de las estrellas.

No sé en qué momento nos convertimos
en lo que ahora somos.
No sé cuando fuimos humanos por primera vez.
No sé cuando la humanidad venció en esa sopa de plasma
a todas las otras posibilidades.
Ignoro si el azar tuvo algo que ver en esto.
Desconozco si alguien o algo
puso sus manos, o su mente, o su corazón
para ordenar las piezas de la caja por colores, tamaños y formas.
Quizás el artista no firmara su obra…

No sé en qué instante y en qué lugar
fuimos lo que somos y dejamos de ser lo que éramos.
¿Quién descifró el criptograma…?
¿Quién desató el nudo que nos unió al cosmos?
¿Quién enterró nuestro ombligo en un agujero negro
para hacernos árbol en medio de la noche nupcial del universo?
¿Quién trazó la senda del ovillo?
¿Acaso hubo un gato interestelar jugando con nosotros
hasta que la madeja se transformó en hilo
y luego se aburrió…?

En esta isla en medio del vacío,
en este planeta azul  que baila en la oscuridad,
en esta casa común
habitamos desde hace siglos y siglos,
según leyes y ritmos que descubrimos cada día.

¿Cuántas veces hemos nacido en una de sus playas?
¿Cuántas veces hemos sido náufragos
tendidos en la arena caliente en el atardecer de la vida?
¿Cuántas veces hemos contemplado el espectáculo de las mareas?
¿Cuántas veces hemos salido de esta isla
al encuentro de otras islas,
para descubrir que la soledad compartida
sigue siendo soledad después de todo?
¿Cuántas veces, en medio de la noche,
hemos tendido nuestros ojos y nuestras manos hacia lo alto
sin hallar, acaso, más que el eco de un silencio profundo…?
¿Cuántas veces nos hemos mirado entonces a nosotros,
retorciéndonos los piélagos del alma,
buscando respuestas, lanzando preguntas, dardos, piedras,
para verlas caer unos cuántos metros más allá, sobre la arena…?

Iosu Moracho

La vida entera

Aprender a vivir, por costumbre, nos cuesta la vida,
la vida entera.

Dice Martí que las niñas griegas
tenían muñecas con pelo de verdad.
El pelo de sus abuelas, el de sus madres,
los cabellos de sus esclavas, las trenzas
o las guedejas coloridas de su perdida infancia.

Jugando a muñecas, representaban la vida
y las muñecas vivían lo que ellas vivían.
Entonces, hablaban por boca de ellas,
y si uno escuchaba a las niñas muñeca,
sabía lo que había en sus corazones y en sus pensamientos,
porque las muñecas decían lo que ellas no podían decir.

Así, en días especiales llevaban sus muñecas
al templo de la diosa Diana y las tendían bajo sus pies.

Diana, cazadora, diosa del monte y montaraz,
se dejaba rezar y hacer plegarias
para llenar de salud y de sueños aquellos cuerpos menudos
postrados a sus pies.

Que toda la vida seamos lindas…
Que los caminos sean seguros…
Que los muchachos no sean de acero…
Que regresen las garzas trayendo la primavera…
Que el trigo crezca suave y liviano y se parezca a nuestros cabellos…

El tiempo, implacable, convertía a aquellas niñas muñeca,
primero en jóvenes y luego en adultas,
mientras que, con sorna,
las muñecas,
seguían siendo niñas para siempre…

Maestras de la vida, aprendían la vida
mientras que sus juguetes
seguían siendo aprendices todo su tiempo.

Dice Martí,
que las niñas griegas querían tanto a sus muñecas
que cuando morían
las enterraban junto a ellas…

Iosu Moracho



Poemas del silencio y de la escarcha

Sin título
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta/Tomás Sobrino



Poemas del silencio y de la escarcha


Hay quien dice que recorrer las ausencias
es hacer una llamada a las puertas del olvido,
y que cuando estas se abren,
son como una caja de Pandora
de la que no se sabe qué es lo que saldrá.

Así, a veces lo que sale es el silencio,
un silencio que huele a vaho, a niebla,
a madrugada, un silencio frío y con escarcha
que dibuja los contornos de las cosas,
como en esas mañanas de invierno que nos levantan
y nos echan a la calle,
para contemplarnos inmersos en la soledad y en la rutina
de todos los días.

He vivido ese silencio
en la expectativa de un sol aun no nacido,
sosteniendo el milagro de la vida
en la sola claridad del horizonte,
todavía cuando la luna brilla en lo alto
y su planeta fiel se columpia en sus brazos.

Estamos hechos de ausencias y de olvidos,
algún trágico silencio nos ha robado parte del alma,
pero aun podemos contemplar la verdad de ciertos sentimientos
en las madrugadas, cuando la fría tiza de la escarcha
dibuja sus formas bajo el halo de la luna.

Iosu Moracho

El último otoño

"El último otoño II"
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta

Buscando la luz

"Isla IV"
50x50 cms
óleo sobre tabla
Diana Iniesta



Buscando la luz
Pueden traerse cosas de los sueños.
Aquí, a este mundo. Al mundo real…

Son cosas que se caen de los sueños,
o que los sueños transpiran y nos regalan.
Cosas que vienen a parar mansas, como perros fieles,
hasta nuestros pies.
De allí, del suelo de tierra, a veces, las recogemos.

Entonces es como cuando te encuentras una moneda.
Te la echas al bolsillo y los dedos te arden.
Luego, lo que compras con ella, tiene otra magia.

A veces también se caen palabras
de los libros que andamos leyendo,
si los dejamos abiertos por cualquier parte.

Se caen o se evaporan,
y luego uno las va buscando y no sabe donde las ha puesto,
hasta que se le aparecen, de repente,
en los posos de una taza de té,
o en la mirada de una muchacha.

Con el fin de salvarlas del olvido de la desmemoria
conviene apuntarlas, llevarlas con uno en una servilleta
o en un cuaderno de bitácora.
Allí reposan y no se extravían.
Allí, basta con leerlas una vez, para que vuelvan
y se hagan cisne y salgan volando.

Entonces, cuando la vida nos hiere,
uno recuerda esas palabras que nacieron buscando la luz,
como calamares que desde el fondo del mar
se dejan atrapar por los pescadores que prenden candelas,
y esas palabras nos salvan, a veces,
o nos dejan un poso de silencio
que es como la suma de todas las palabras
que habitan nuestros sueños y nuestros libros…

Iosu Moracho