Isla

                                      “Nuestros gusanos no serán mariposas”
                                                     Ramón Gómez de la Serna


No sé en qué momento nos convertimos en tiempo.
Tiempo que es y tiempo que transcurre,
tiempo que pasa y se acomoda, buscando su lugar en la vida.
Tiempo que fue y tiempo que espera ser
porque la esperanza es eso que sucede en otro tiempo.
Tiempo, que cuando pasa, se escribe
y construye historias y es Historia.
Tiempo que se cuaja como un yogurt,
con trocitos de frutas,
que vendrían a ser los momentos memorables;
o como un pedazo de hielo
que cruje cuando lo pisas y lo pasas por encima.
Tiempo que se licua cada primavera
o se deshilacha como un jersey gastado
primero por los codos, luego por las mangas
y más tarde por el cuello…
Tiempo que se deshoja como un árbol
en su desnudez de otoño.

No sé en qué momento nos hicimos tiempo,
en vez de ser sólo peces nadando
en el líquido amniótico de nuestras madres;
o medusas que bailaban su danza de cilios y de brazos
en bocanadas de agua, desde las profundidades
de los oscuros abismos, hacia esa luz seductora e intangible
que nos revelaba nuestra infinita transparencia.

El caso es que tras una gran explosión
-¿o fue una implosión, o un orgasmo?-
fuimos eones, miles de años luz en un segundo,
tan distintos y tan grandes como para acunar
palabras maravillosas y llenas de sueños
que no existían en los diccionarios:
universo, cosmos, entropía, plasma génesis, relatividad,
espacio…

Así, de pronto, no sólo éramos
sino que también, estábamos.
Y en ese ser y estar,
en ese tiempo y en ese espacio
nuestro mundo nos nombraba y trazaba para nosotros
sus coordenadas.
Como si se tratara de un juego de barcos,
como si fuéramos las piezas de un puzzle galáctico,
como si para encontrarnos los unos a los otros
tuviéramos que seguir las reglas de un juego de pistas
en medio del tablero de las estrellas.

No sé en qué momento nos convertimos
en lo que ahora somos.
No sé cuando fuimos humanos por primera vez.
No sé cuando la humanidad venció en esa sopa de plasma
a todas las otras posibilidades.
Ignoro si el azar tuvo algo que ver en esto.
Desconozco si alguien o algo
puso sus manos, o su mente, o su corazón
para ordenar las piezas de la caja por colores, tamaños y formas.
Quizás el artista no firmara su obra…

No sé en qué instante y en qué lugar
fuimos lo que somos y dejamos de ser lo que éramos.
¿Quién descifró el criptograma…?
¿Quién desató el nudo que nos unió al cosmos?
¿Quién enterró nuestro ombligo en un agujero negro
para hacernos árbol en medio de la noche nupcial del universo?
¿Quién trazó la senda del ovillo?
¿Acaso hubo un gato interestelar jugando con nosotros
hasta que la madeja se transformó en hilo
y luego se aburrió…?

En esta isla en medio del vacío,
en este planeta azul  que baila en la oscuridad,
en esta casa común
habitamos desde hace siglos y siglos,
según leyes y ritmos que descubrimos cada día.

¿Cuántas veces hemos nacido en una de sus playas?
¿Cuántas veces hemos sido náufragos
tendidos en la arena caliente en el atardecer de la vida?
¿Cuántas veces hemos contemplado el espectáculo de las mareas?
¿Cuántas veces hemos salido de esta isla
al encuentro de otras islas,
para descubrir que la soledad compartida
sigue siendo soledad después de todo?
¿Cuántas veces, en medio de la noche,
hemos tendido nuestros ojos y nuestras manos hacia lo alto
sin hallar, acaso, más que el eco de un silencio profundo…?
¿Cuántas veces nos hemos mirado entonces a nosotros,
retorciéndonos los piélagos del alma,
buscando respuestas, lanzando preguntas, dardos, piedras,
para verlas caer unos cuántos metros más allá, sobre la arena…?

Iosu Moracho

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