Las texturas del silencio

Una mañana cualquiera
te levantas y descubres
qué es lo que ocurre
cuando de veras se ama.

Entonces todo se vuelve simple
porque te acercas al sufrimiento del otro,
lo vives en tus propias carnes,
te desgarra el alma,
como si la vida insolente
te pusiera delante
de lo que en realidad
se trataba.

Entonces descubres
las limitaciones.
Y las mides, las rodeas,
las hueles, las piensas,
las lloras, las ninguneas…
como merecen, sin más,
cuando de veras se ama.

Entonces descubres
todos los horizontes posibles
y te lanzas, los sobrevuelas,
los admiras, los sueñas,
los vives, los suspiras…
cómo merecen, sin más,
cuando de veras se ama.

El más leve susurro entonces
es a la vez herida y caricia,
la más leve mirada a la vez
aprecio y venganza,
el más leve silencio
a la vez insulto o alabanza,
el más leve aroma
sueño o repugnancia.

Luego, porqué todo llega,
el silencio se acerca, nos mira a la cara.
Y en ese tiempo, tiempo de templanza,
tiempo en que todo calla,
es cuando mil texturas nos amparan.


Texturas hechas de emoción y piel,
de arena, nostalgia, agua,
texturas hirientes que sangran
el dolor del otro y el propio,
que nos recuerdan donde está

ineludiblemente nuestro hogar,

nuestro corazón,  como en un mapa.


Texturas tejidas en otro tiempo,
forjadas a fuego lento mil madrugadas,

más tarde fundidas, deshilachadas,
texturas del silencio después

quizás imposibles o para siempre,

cuando de veras amas.

Diana Iniesta

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