Aprender a vivir, por costumbre, nos cuesta la vida,
la vida entera.
Dice Martí que las niñas griegas
tenían muñecas con pelo de verdad.
El pelo de sus abuelas, el de sus madres,
los cabellos de sus esclavas, las trenzas
o las guedejas coloridas de su perdida infancia.
Jugando a muñecas, representaban la vida
y las muñecas vivían lo que ellas vivían.
Entonces, hablaban por boca de ellas,
y si uno escuchaba a las niñas muñeca,
sabía lo que había en sus corazones y en sus pensamientos,
porque las muñecas decían lo que ellas no podían decir.
Así, en días especiales llevaban sus muñecas
al templo de la diosa Diana y las tendían bajo sus pies.
Diana, cazadora, diosa del monte y montaraz,
se dejaba rezar y hacer plegarias
para llenar de salud y de sueños aquellos cuerpos menudos
postrados a sus pies.
Que toda la vida seamos lindas…
Que los caminos sean seguros…
Que los muchachos no sean de acero…
Que regresen las garzas trayendo la primavera…
Que el trigo crezca suave y liviano y se parezca a nuestros cabellos…
El tiempo, implacable, convertía a aquellas niñas muñeca,
primero en jóvenes y luego en adultas,
mientras que, con sorna,
las muñecas,
seguían siendo niñas para siempre…
Maestras de la vida, aprendían la vida
mientras que sus juguetes
seguían siendo aprendices todo su tiempo.
Dice Martí,
que las niñas griegas querían tanto a sus muñecas
que cuando morían
las enterraban junto a ellas…
Iosu Moracho
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